Colgada al cuello
protegida entre piel
y camisa
viajo los días de su historia
callada y benevolente
Soy el signo de su infancia
y me ostenta en la selva
del pecho
para insinuar
un amor dispuesto
a la entrega total
Sus yemas me acarician
cuando le aflige
la soledad
A veces una lágrima
empapa el madero
y murmura una frase entrecortada
Es su modo básico de rogar
a mi ausente compañero
Aquél me dejó
en los armarios y joyeros
en las paredes y los altares
de los hombres
como el caminante olvida sus huellas
o una nave su estela
en la mar
para recordarles
aún queda esperanza
no existe la soledad
y el amor
cuelga de nuestros pechos
muy cerca del corazón
Soy simple madera
en las pequeñas manos
de un niño
regresando del templo
perfumado con la ingenua convicción
de una vida abierta
a infinitos caminos
Una vieja cruz
en la piel arrugada
del abuelo
que sabe de heroicas
historias de fe
Postrera reliquia
Acompañaré al poeta
abrazado a su pecho
hasta el última verso
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