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domingo, 23 de mayo de 2010

NUESTRO MAR.

Ella me habló de clavos, de ropas tendidas, albas copas de dueña de casa frente al mar, el mar de la ceguera. Ella tiende sus ropas, hace su trabajo pero siempre está ese mar, ese mar infinito que lava su existencia. Siempre están los sufrimientos, ni el mar ni los clavos cesarán. El mar es incesante, algo que jamás termina, siempre allí esa cruz indescriptible. Yo también tengo mi mar, mi tempestad y mi copa alba y amarga. Sólo hay un madero en medio de mi mar, al cual puedo asirme y confiar.

DESPUÉS.

Las imágenes pasan veloces, como en película de cine mudo, sin arrepentirse ante la vista cansada del que ya ha vivido mucho y poco piensa en el pasado o en el presente. Se abre la puerta ante sí. Vida, muerte, son expresiones gastadas para decir lo que experimenta el ser allí. A ti que observas desde tu silencio inconcluso, hombre que pides piedad pero no hallas más que interrogantes, te digo: Por fin crucé el silencio, el holocausto, en el cementerio de mi existencia; los blancos huesos del olvido son testigos de ti mismo y de la infinita luz. Hay Dios.